NOS DEJAMOS SORPRENDER POR CHEMA MADOZ
18 dic. 2019
exposiciones
Navegar contracorriente nunca ha sido fácil. Nos pone en una situación de tensión que obliga a sacar lo mejor de nosotros mismos y esforzarnos al máximo. No obstante, así se entrenan los atletas de élite y los nadadores olímpicos, en piscinas adaptadas para generar un torrente de agua que los deportistas deben combatir con denodados esfuerzos y tesón. Por remota que pueda parecer la comparación, este es también el camino que algunos autores eligen para buscar su identidad creativa y labrar un estilo propio que los identifique y con el que se sientan realizados. Luchar contra el medio suele ser la tónica habitual en estos casos, porque romper los moldes es exponerse a las críticas de quienes no saben aún entender el nacimiento de una nueva era, un cambio de paradigma.
En cierta medida, así ha sido la historia de Chema Madoz. Pertrechado con su cámara de fotos desde la infancia, a sus 20 años decidió dedicarse por completo a esta disciplina y adentrarse en un terreno inexplorado, comparado con los cánones ya consagrados de los grandes fotógrafos. En sus primeras salidas, esperaba que la calle le ofreciera de forma espontánea las imágenes que él buscaba de forma reiterada en su mente. El azar, no obstante, se mostraba más retraído y arbitrario de lo que su ambición pretendía. Así, de forma progresiva, fue dando cabida a la composición de estudio, dejando a un lado la casualidad y el hallazgo, tan predicados de la fotografía naturalista, para dar forma a sus propias ideas e imágenes soñadas.
Con todo, Madoz es deudor de la inspiración natural. Sin ser demasiado consciente de ello, al concluir una serie o un proyecto, constataba la casi permanente presencia de motivos naturales en su obra. Estos juegos de la imaginación y la mente se presentan como dobles sentidos visuales, un truco del lenguaje fotográfico donde no solo la calidad de la composición es determinante, sino el papel que también desempeña la mente del espectador, abierto a rellenar los vacíos de información y los contrasentidos de la imagen con sus propias ideas. Un vaivén de referentes que se alimenta de elementos de nuestro entorno, que aprovecha las texturas, los contornos, explota las formas ambivalentes, los usos polisémicos de los objetos que convierte en protaginistas de sus piezas.
Precisamente en torno a la naturaleza, hoy podemos disfrutar de una exposición que reúne algunas de las obras más emblemáticas del autor realizadas entre 1982 y 2018, y que estará abierta al público hasta el 1 de marzo en el Pabellón Villanueva del Real Jardín Botánico. Como nos explica la comisaria de la exposición, Oliva María Rubio, la muestra “funde los reinos vegetal, animal y mineral, dando lugar a un reino propio en el que transforma hojas, ramas, nubes, maderas, plantas, flores y piedras ofreciendo las combinaciones más inesperadas”. Una trayectoria fotográfica que demuestra siempre la capacidad de sorprenderse ante la vida.