Uribe crea arte que sorprende y engancha. Elabora objetos de exquisita factura que son ensamblajes de elementos como casquillos de bala, trozos de lápices de colores, cordones de zapatos, alfileres, cables eléctricos, corbatas y residuos plásticos, entre otros. Sus esculturas no están esculpidas en el sentido tradicional, sino construidas y tejidas de forma curiosa, impredecible, repetitiva y casi compulsiva. El resultado es caprichoso, pero muy eficaz y comunicativo. Al conectar objetos de formas novedosas, Uribe reflexiona sobre la presencia fundamental de la Naturaleza y, en el proceso, devuelve a la Naturaleza lo que le fue arrebatado: al igual que los árboles se convierten en libros, Uribe convierte los libros en árboles; los zapatos de cuero en animales. El uso de balas y cartuchos para devolver a la vida a un zorro o un conejo ilustra de forma conmovedora la brutal aniquilación de la fauna salvaje en todo el planeta. El uso que Uribe hace de los casquillos de bala yuxtapone temas juguetones o nobles con un medio simbólicamente peligroso, representando animales o plantas vibrantes e inocentes, que reflejan la visión que el artista tiene de la naturaleza.