ESCULTURA CONTEMPORÁNEA INSÓLITA
28 nov. 2019
actualidad
El espacio urbano se presenta como un inmenso lienzo en blanco que ofrece multitud de opciones para albergar propuestas sorprendentes, ingeniosas y, sobre todo, grandes. La fuerza visual de estas piezas es capaz de modificar el entorno y generar una gran atracción, además de dinamizar la actividad del lugar y servir como vía para canalizar mensajes globales que busquen un cambio directo en la comunidad. Ante este panorama, la escultura urbana se revela como la gran triunfadora. Las obras más arriesgadas y voluminosas reivindican su cuota de protagonismo al convivir con otras disciplinas que también se abren camino en las ciudades. Os traemos algunas de las obras más curiosas concebidas para el espacio público.
Richard Jackson realizó esta escultura temporal en los exteriores del Orange County Museum of Art, en Santa Ana, California, con ocasión de la retrospectiva que el centro le dedicó en 2013. El autor quería abrir el debate sobre el papel del humor en el arte, y desde luego que lo consiguió. “Bad Dog” logró una gran repercusión. El trabajo de este artista está muy centrado en los dobles sentidos, la ironía y la lucha contra los estereotipos en el arte. El resultado es una obra ecléctica y difícil de definir que rompe moldes.
Otros autores prefieren trasladar sus propuestas a espacios naturales donde el asfalto y el cemento queden lejos. Así es el trabajo de Ugo Rondinone, que apuesta por emplear elementos propios del entorno como las piedras, y darles una capa de color para crear sus composiciones. A modo de piezas ensambladas de enorme formato, sus columnas de rocas pintadas se alzan como seres de otro mundo y nos recuerdan a los tótems indígenas que evocan a los espítirus de los antepasados. Su obra se encuadra entre el landart y el popart llevado a parajes desolados y diáfanos, como ocurre con su célebre “Seven Magic Mountains”, ubicada en el desierto de Nevada.
Las obras urbanas también son vehículo para valores simbólicos. “Floralis Genérica” es una enorme escultura en forma de flor hecha de aluminio, acero inoxidable y hormigón. El arquitecto Eduardo Catalano la donó a la ciudad de Buenos Aires en 2002, y desde entonces está instalada en la Plaza de Naciones Unidas, en el centro de un lago artificial. Gracias a un mecanismo eléctrico, la flor abre cada mañana sus pétalos de 23 metros y se cierra al anochecer. Con este sencillo gesto, esta obra representa la esperanza de cada nuevo día y el renacer de la vida, y hoy es ya un símbolo de la ciudad.
En una revisión del movimiento futurista que triunfó en las primeras décadas del siglo XX, la obra Dromeas (“El corredor”) es una escultura de 12 metros de alto hecha íntegramente de láminas de cristal verde superpuestas. El griego Costas Varotsos quiso representar la fuerza, el ímpetu y la velocidad de los corredores de competición y hacer un homenaje al inicio de los juegos olímpicos, donde el atletismo era una de las primeras disciplinas en consolidarse. En pleno camino del Maratón, en Atenas, esta obra parece ganar velocidad y borrar sus contornos al viento.
Y en este listado no podemos olvidar la escultura de Charles La Trobe realizada por Charles Robb en 2007 que podemos ver en Melbourne. Charles Joseph La Trobe fue un personaje público de la colonia australiana de Victoria impulsor de varios proyectos culturales entre 1839 y 1854, período en el que se fundaron El Real Jardín Botánico, la Biblioteca del Estado, el Museo Victoria, La Galería Nacional de Victoria y la Universidad de Melbourne. La decisión de Robb de crear una pieza presentando la figura boca abajo era una forma de cuestionar el sentido y propósito de los monumentos contemporáneos dedicados a celebridades o personas de interés público. Hoy esta obra hecha de plástico y fibra de vidrio puede verse en La Trobe University en Bundoora.