ARTE SOSTENIBLE PARA UN PLANETA EN EXTINCIÓN
26 sept. 2019
actualidad
El mundo está en alerta. Desde hace tiempo vivimos en una permanente paradoja, una situación de contraste que obedece a dos impulsos: el que nos conmina a hacer que nuestras economías sigan creciendo y el que nos advierte de que los excesos cometidos tendrán consecuencias. Lejos de centrarnos en buscar un equilibrio entre ambos, nuestra tendencia es la de alimentar una y otra fuerzas de forma independiente. Así, los dos cabos de esta cuerda, que es nuestro mundo, se tensan más y más hasta que, o bien ceda uno de los extremos, o bien se acabe rompiendo a la mitad.
La Cumbre por el clima que dio comienzo esta semana se ha planteado como un ultimatum al planeta. La responsabilidad de tomar medidas de urgencia para combatir el cambio climático y adquirir un verdadero compromiso con políticas efectivas pesa sobre nuestra conciencia como especie. Sin duda, se ha provocado más daño al medioambiente en el último siglo que en todo el resto de nuestra historia. Y con todo, parecemos incapaces de actuar en consecuencia, de mudar nuestros hábitos, nuestra demanda frenética, de cuidar el lugar en que vivimos.
Para generar conciencia sobre esta problemática, los canales de comunicación se diversifican y los mensajes proceden de distintas fuentes. Muchos artistas han hecho de la responsabilidad ecológica su leit motiv. Con el impulso de hacer llegar su discurso lo más lejos posible y alcanzar al mayor número de personas, los autores se afanan por explorar nuevos lenguajes contemporáneos que causen un golpe de efecto y llamen la atención del espectador. El objetivo es claro: abrir los ojos ante una realidad que nos afecta de lleno y que requerirá del compromiso de todos para revertirse.
Muchos creadores subrayan lo dramático de la situación al emplear materiales de desecho para realizar sus obras. La reutilización de elementos plásticos y otros objetos recuperados de playas, calles o parques pone de manifiesto la ingente cantidad de residuos que somos capaces de producir y la falta de responsabilidad al dejarlos abandonados en cualquier lugar. Estas acciones nos invitan a reflexionar sobre la espiral de consumo en la que vivimos y la brevedad de la vida útil de los objetos, que son rápidamente sustituidos por otros nuevos. La transitoriedad hacia lo “inservible” es cada vez más corta y todo se convierte en volátil y fútil en nuestra sociedad capitalista. Esto ha dado lugar al “Upcycled art”, un movimiento que da una segunda vida a los residuos y los transforma en obras de arte.
Esta etiqueta quedó acuñada desde 2002, en la obra “De la cuna a la cuna. Rediseñando la forma en que hacemos las cosas”, de William McDonough y Michael Braungart. Aunque la reutilización y la fusión de materiales no es nueva en el mundo del arte, sí lo es la intención con la que se realizan estas piezas, esencialmente volcadas en crear algo bello a partir de los desechos y en evidenciar los abusos de consumo de los que somos víctimas.
Otros autores trabajan con obras a gran escala que ponen el acento en el calentamiento global. El danés Olafur Eliasson creó en 2018 una instalación para la Tate Modern de Londres (luego replicada en otras ciudades), en donde dispuso enormes bloques de hielo que simulan los fragmentos gigantes que se desprenden paulatinamente de los glaciares y se van derritiendo en el mar. La obra se llamó “Ice Watch” (“Reloj de hielo”) y acabó, como era de esperar, convertida en un gran charco de agua. Este artista, al que el Museo Guggenheim dedicará una exposición monográfica en febrero, ha reflexionado sobre el imparable impacto que tiene esta subida de temperaturas, y se lamenta de la total desaparición del glaciar Ok, hasta hace poco situado al noreste de Reikiavik.
Por su parte, un amplio número de fotógrafos, y muy en particular los especializados en reportajes de naturaleza, han sacado a la luz dramáticas imágenes en que las especies sufren la sobreabundancia de plásticos que contaminan sus ecosistemas. Según el informe de la ONU sobre el clima publicado en marzo de este año, la biodiversidad es una de las riquezas del planeta más amenazada, y se estima que existe un riesgo de extinción que afecta al 42% de los invertebrados terrestos y al 25% de los marinos. Por eso no es extraño que fotografías como esta sean cada vez más frecuentes y se hayan convertido para muchos autores sensibilizados con esta problemática en una vía de denuncia y concienciación.
Esperemos que las sociedades tomen medidas para parar y, en la medida de lo posible, revertir esta situación. Hay que indagar sobre nuevos modelos económicos que aprovechen los recursos con responsabilidad y no se basen exclusivamente en el crecimiento constante y la sobreproducción.